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En varias ocasiones nos encontramos en consulta de Brain Psicólogos que los padres o madres castigan a sus hijos con la comida. Frases de tipo “si haces esto te doy una chuche”, “hasta que no te calmes te vas a quedar en tu habitación sin cenar”, “si te portas bien te doy una galleta”, “si no haces los deberes vas a tener que cenar verdura”…

También en muchas ocasiones llenamos el aburrimiento de nuestros hijos con alimentos procesados y azúcares (golosinas, bollería, bolsas de patatas) los cuales son una recompensa directa para nuestro organismo.

En estos casos lo que estamos haciendo es enseñar a nuestros hijos a gestionar las emociones a través de la comida y asociar determinados alimentos como negativos y otros como positivos. Este tipo de castigo es un grave error que a largo plazo puede generar problemas. Con esto lo que hacemos es condicionar las conductas al privilegio de comer un dulce o simplemente de comer.

 

 

Por qué no es bueno castigar o premiar a los niños mediante la comida

Alimentarse es una necesidad básica y forma parte de la rutina infantil del niño. Los alimentos no deben ser vistos como un premio que esté dentro de una negociación, como por ejemplo elegir postre. Este sí puede ser un privilegio que podemos dar a nuestro hijo, que elija el fin de semana entre tres postres que nosotros le ofrezcamos.

Tenemos que tener en cuenta que los alimentos sirven principalmente para nutrir y que como padres éste es un deber que debemos cumplir. Los alimentos no son un regulador de estrés, ansiedad, ni de emociones negativas que nos hagan sentir un malestar. Si realizamos esta asociación en el niño, podrá acarrear futuros problemas.

Si nuestro hijo está inquieto, no podemos darle una galleta para que aguante un rato más sin “molestar”, si nuestro hijo está llorando en medio de un supermercado tampoco podemos darle una galleta para que se calme, si nuestro hijo está aburrido, la solución tampoco es darle unos gusanitos…

Con este acto estamos mandando a nuestro hijo diferentes mensajes implícitos: «no estoy disponible para ti, tu malestar me molesta y no sé gestionarlo, mamá o papá sólo están bien contigo cuando estás bien, ante el malestar la solución es comer porque así te calmas»… Terminamos fomentado a largo plazo el hambre emocional, aumentando el riesgo de sobrepeso y trastornos de alimentación.

Los efectos psicológicos de esta estrategia de educación

¿Qué pasa cuando ofrecemos o eliminamos la comida en función del comportamiento de nuestro hijo? Estamos anestesiando, suprimiendo y distrayendo los estados emocionales negativos de nuestros hijos.

Es necesario que los niños estén inquietos, aburridos y que tengan rabietas y naturalmente somos nosotros los que tenemos que calmar a nuestros hijos, ya que somos su fuente reguladora de emociones. De la forma que los niños aprenden a regular las emociones de niños así las regularán de adultos.

A un niño que se le ha calmado a través de la comida, ¿cómo gestionará las emociones de adulto? Probablemente ante cualquier situación que sea abrumadora o para la cual no tenga recursos necesarios de gestión, lo que hará será calmar el malestar acudiendo a la comida.

Cuando ponemos en marcha este tipo de conducta no solemos acudir a alimentos sanos como frutas o verduras, sino a alimentos ricos en grasas y azucares. ¿Qué ocurre después de la ingesta? A corto plazo la ingesta calma, pero a largo plazo aparece el sentimiento de culpa por el atracón realizado.

Si queremos que el comportamiento de nuestros hijos sea bueno lo mejor es no hacer una relación entre la conducta y unos alimentos determinados, ya que estaremos dando una importancia especial a este tipo de alimentos. Si queremos que su conducta mejore, nuestra función es explicarles y enseñarles por qué comportarse de un modo u otro y cómo. El mejor premio será el refuerzo verbal y afectivo.

Un tipo de castigo poco adecuado

Castigar a los niños comiendo aquella comida que no es de su agrado (normalmente pescado, verdura o fruta) no resuelve el problema original y tampoco favorece la alimentación en el niño. Lo que ocurrirá es que aparecerá una rabieta mayor cuando el niño tenga que comerse ese plato que tan poco le gusta. Además, si comen este tipo de alimentos como un castigo conseguiremos aún menos que les gusten, ya que se convertirán en algo aversivo.

Que no esté el pescado, la verdura o la fruta en la dieta del niño no es una opción, poco a poco tenemos que ir introduciéndolos. En ocasiones, por no pelear o por comodidad para nosotros mismos, desistimos y aceptamos que el niño no quiera comerlo, pero esto es importante cambiarlo.

Si asociamos la mala conducta o comportamiento de nuestro hijo a un castigo en el que tenga que comer algún alimento que no le gusta, asociará ese alimento como algo desagradable y negativo, por lo que no querrá incorporar ese alimento a su dieta. Al contrario ocurrirá con los premios como chucherías y golosinas. Serán asociadas a algo agradable y positivo, por lo que siempre querrán sentir el placer de comer alimentos altos en azucares.

Es importante que la hora de la comida o cena se convierta en un momento agradable en familia, en la que no esté teñida por discusiones o sea un momento de castigo. De esta forma no se realizarán asociaciones negativas a la ingesta de alimentos.

Conclusión

Hay dos cosas importantes con las que no debemos castigar a nuestros hijos: la alimentación y el afecto. La ausencia de ambos puede generar a largo plazo problemas emocionales en ellos.

A la hora de poner una consecuencia es importante que esté relacionada con la conducta que el niño ha puesto en marcha. Por ejemplo, imaginad que nuestro hijo ha empezado a jugar con una botella de agua la cual ha derramado por todo el suelo y nosotros le castigamos diciéndole que esta noche comerá judías verdes. El niño se enfada, llora, grita, mientras nosotros recogemos toda el agua derramada.

Además, a la hora de la cena y cuando tenga que tomarse las judías la rabieta volverá. ¿Qué ha aprendido el niño de la situación? ¿Se ha solucionado el problema inicial? ¿Hemos enseñado al niño que hacer ante esta situación? En una situación de este tipo, el niño no encontrará relación entre la conducta realizada y la consecuencia.

Es importante que la consecuencia se establezca de forma inmediata a la conducta y estén relacionadas. En este caso, si el niño ha desparramado toda el agua tendremos que enseñarla a que hay que recogerla y cómo hacerlo. Que algo que ha sido divertido para él se convierta en algo un poco más tedioso como es recoger. En este caso sí estaremos enseñando al niño a reparar aquellas conductas negativas puestas en marcha.

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