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“Mi hijo se porta fenomenal. Se pasa la tarde entera jugando él solo en su habitación y no molesta nada, qué maravilla”. Seguramente esta frase la hayas escuchado más de una vez. En estos casos te desesperas y buscas la fórmula mágica que usa esta mamá o ese papá para conseguir que su hijo esté toda la tarde “sin molestar”. En cambio, tu hijo te pide que juegues con él todo el tiempo o solicita tu atención constantemente.

Desde Brain Psicólogos te aseguramos que es algo normal y muy sano que nuestros hijos nos soliciten, “den guerra” y quieran pasar tiempo con nosotros. Que un niño se pase la tarde entera a su aire puede permitirnos tener tiempo para hacer las tareas del hogar y terminar cosas pendientes del trabajo, pero es importante que sepas que este «tiempo libre» tiene unas consecuencias.

La importancia del apego

¿Qué es el apego? El apego es el vínculo emocional que se establece entre el niño y sus cuidadores, principalmente con la madre. Este lazo afectivo es importante para que el niño se sienta protegido y con confianza. Además, nos permitirá aprender a relacionarnos con nosotros mismos y con los demás, ayudándonos a entender el mundo.

Son varios los tipos de apego que hay: seguro, ansioso, desorganizado y evitativo. La calidad de afecto que ofrezcamos a nuestros hijos y la previsibilidad de la conducta de los papás determinarán el tipo de apego. Por eso es importante que, como padres, estemos siempre disponibles ante las necesidades del niño y las atendamos de una manera estable y predecible. De lo contrario, estaremos creando un apego inseguro que puede facilitar el desarrollo de diferentes miedos e inseguridades en el niño, apareciendo como base la ansiedad.

Cuando los progenitores no se encuentran en sintonía afectiva con sus hijos, son distantes en el caso del apego evitativo, o intrusivos en el caso del apego ansioso, causando en los niños angustia, desconfianza e inseguridad. Los pequeños en estos casos se intentan adaptar al entorno creando estrategias que le permitan aliviar su malestar.

Las claves para entender el apego evitativo

Volviendo a nuestro ejemplo inicial, nos encontramos ante un apego evitativo. En este caso los papás no tienden a estar emocionalmente en sintonía con el niño, ignorando las necesidades emocionales de éste.

No hay una validación de las emociones del pequeño, sino que éste aprende que estar triste o llorar no es adecuado y que mostrarlo conlleva un rechazo por parte de los demás, pero si no muestra emociones hay un reconocimiento por parte de sus padres. Por ejemplo: refuerzan y premian que se pase la tarde entera jugando solito en su habitación. Se termina aprendiendo «no molestar a sus papás con sus necesidades». Así, sus padres estarán físicamente más cerca de él. Por tanto, estos niños y niñas sacrifican la cercanía con los otros para evitar el rechazo, es decir, el menor aprende que tiene que valerse por sí mismo y que no puede confiar en los demás.

Además, el niño o niña también empieza a emplear el razonamiento como forma de regulación emocional. Intenta alejarse del afecto y de la manifestación de éste, actuando en función de lo que cree que sus papás esperan de él o ella, intentando no ser una molestia. Es importante tener en cuenta que los niños aprenderán a regular sus emociones en función de cómo lo hacen sus padres.

Es sumamente importante que ante situaciones estresantes para un niño sean sus papás los que le calmen. Nos empeñamos en decirles que se vayan a su habitación y que no salgan de ahí hasta que estén más tranquilos, pero no es posible que un niño se calme por sí mismo. Imagina que llegamos muy enfadados a casa por algo que nos ha pasado en el trabajo, intentamos contárselo a nuestra pareja y ésta nos dice que hasta que no nos relajemos no le hablemos. Fíjate que ocurre en ti: ¿te consigues relajar? O por el contrario ¿esto te genera más enfado y más desregulación?

Al igual que en los adultos provoca una reacción negativa, en los niños también, dándose además la circunstancia de que éstos necesitan el contacto para calmarse. El niño necesita compañía para relajarse y es importante que seamos nosotros los facilitadores de esta regulación. Si no somos nosotros los que le dotamos de esa seguridad, contribuiremos a hacer de él un niño, un adolescente y un adulto inseguro.

¿Con qué consecuencias nos encontramos ante este tipo de vínculo?

Cuando la figura de protección no está presente física o emocionalmente, esta situación lleva al niño a regularse con algo que pueda sustituir esta ausencia: cosas materiales, tareas, comida u otras personas. Este tipo de regulación emocional es disfuncional, por lo que en ocasiones pueden aparecer conductas patológicas. En la adolescencia y adultez se puede emplear también el uso de drogas, alcohol o juego patológico. Incluso hay veces que son los padres los que emplean utensilios materiales para regular el bienestar de sus hijos. Hoy en día el uso de las tecnologías es uno de los recursos más eficaces que los papás usan, pero a través de los cuales se obtienen consecuencias negativas.

La incapacidad del niño para regularse puede facilitar la aparición de trastornos psicológicos como ansiedad, fobias, depresión o trastornos de personalidad. Por otro lado, ante figuras de apego inconsistentes, el niño desarrolla una percepción de sí mismo de poca valía y sentimientos de abandono, así como miedo al rechazo por parte de los demás. Si el cuidador es frio y el niño tiene sentimientos de no ser merecedor de afecto, esto hará que surjan problemas en su autoestima.

La incapacidad a la hora de intimar con otras personas también es un factor a tener en cuenta. En la adultez estas personas serán individuos con barreras ante las relaciones sociales y de pareja, ya que las relaciones que nosotros establecemos con nuestras figuras de referencia determinarán nuestras relaciones cuando seamos adolescentes y después adultos; habrá una gran dificultad a la hora de expresar emociones y sentimientos a los demás. Si desde casa no se ha dado un espacio para poner nombre a las emociones y para expresarlas será complicado poder reconocerlas.

¿Cómo podemos mejorar el vínculo con nuestros hijos?

Los niños necesitan que sintonicemos con ellos, es decir, que seamos capaces de ponernos en su lugar. Las conductas dañinas que en ocasiones realizan, como las acciones más agresivas, dejar de comer, tener pesadillas o no relacionarse con otros niños, son indicadores de que no se sienten bien. Es ahí donde tenemos que sintonizar con ellos y no quedarnos en la conducta superficial, sino intentar comprender la profundidad de lo que está ocurriendo.

Si cada vez que mi hijo no come le hablo mal y le castigo, no estaré sintonizando con él. En ese caso uno mismo tiene que hacer un trabajo de reflexión y ver qué es lo que le sugiere que su hijo no quiera comer, si se actúa en base a lo que uno quiere y no lo que el niño necesita no estaremos ayudándole.

También podemos mejorar el vínculo jugando y pasando tiempo de calidad con los pequeños, dedicándoles momentos en exclusiva a ellos. Lo fundamental es poner palabras a emociones, mirar a los ojos, sonreír, cantar, tener contacto físico… en conclusión, ofrecer una base que les proporcione calma y seguridad.

Hay ocasiones que será nuestra propia historia de vida la que nos impida tener un vínculo seguro y sano con nuestros hijos. En ese caso, es importante contactar con un especialista y que éste nos ayude a solventar aquellas cosas del pasado que nos impiden manejarnos funcionalmente en el presente. Recuerda: Inconscienteme nuestro malestar es transmitido y percibido por los más pequeños de la casa.

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